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sábado, 8 de septiembre de 2012

El poder de las pesadillas

Podemos dividir a los políticos en dos grupos: los que venden sueños y esperanzas (optimistas), y los que prometen protegernos de pesadillas y temores (pesimistas).

Quienes venden sueños a veces son llamados "buenistas", mientras que los agoreros del desastre pueden etiquetarse de apocalípticos o belicistas, ya que con frecuencia la pesadilla que promocionan es extranjera.

El hipócrita, de uno u otro signo, es aquél que no cree en el sueño/pesadilla que proclama, pero sí cree y se aprovecha de sus efectos sobre el pueblo. El hipócrita debe de darse con mayor frecuencia entre los pesimistas debido al cinismo inherente en la política del terror. Un político hipócrita escogerá -si la situación no es muy adversa- la defensa contra la pesadilla: Si no sucede nada, es un éxito ya que la pesadilla no se ha cumplido. El menor indicio será interpretado como la llegada de la pesadilla y la profecía se autocumplirá.
En cambio quien vende sueños debe esforzarse para cumplirlos, por tanto su programa es más costoso de realizar: sólo para entusiastas.

Si una amenaza no apela al sentimiento de unidad colectiva o tribal, sino a la acción individual y al esfuerzo, será desestimada por los políticos pesimistas porque el esfuerzo no es fácil de promocionar y el resultado no está asegurado. Incluso suele tacharse de pesimista a quien prevenga contra esa amenaza.
Por tanto, quien prevenga y aviente fantasmas cuyo amuleto es principalmente una labor individual, que requiera concienciación, esfuerzo personal y cambio de hábitos... esa gente puede estar equivocada, pero no serán políticos pesimistas, y por ello es poco probable que sean hipócritas.