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miércoles, 27 de marzo de 2013

La arenga


-¿Seguro que no quieres hacerlo tú mismo? Esto es un acto muy simbólico, casi paternal.

-No es necesario. A estas alturas el compromiso ya no es conmigo, sino consigo mismos, con la Flota y la República. Tú mismo lo has visto. Cuando esto acabe, si acaba bien, los que lo empezamos habremos cumplido nuestra misión con creces, recogeremos los laureles y nos retiraremos sin causar molestias. 

El mariscal cesó su charla cuando el soldado elegido llegó al puente. Había sido seleccionado entre los oficiales más comprometidos y motivados, asiduo del grupo de teatro, el que tenía la mejor voz. El mariscal se había ocupado de escribir personalmente la arenga que la tropa necesitaba después del fatigoso viaje y la tensa espera hasta que el enemigo fue divisado. El oficial que en adelante sería conocido como la Voz y reconocido por ella se acercó al aparato con aplomo, como en el escenario, pese a que la comunicación sería sólo en audio para no distraer toda la atención de los pilotos y soldados, que ya tenían la vista sobre el enemigo distante.

Tras el tono de conexión, comenzó:

-¡Soldados! Hablo en nombre del mando de la Flota. Todos habéis recibido las órdenes. Sabéis por qué estamos aquí: Hemos venido a defender la República contra el mayor enemigo al que se haya enfrentado.

»El Mariscal nos lo ha enseñado: Nuestras armas son los huesos de la República. No existen mejores soldados que nosotros, porque sabemos quiénes somos: Somos la garantía de supervivencia de un organismo mayor que todos nosotros. Juntos formamos la mayor civilización conocida, y cada ciudadano confía en cada uno de nosotros para cumplir esa misión, y las que vendrán. 

»Sabéis que no existe mayor honor que servir en esta Flota luchando por nuestros hermanos, ni mayor gloria que morir por los camaradas. Si alguna vez fracasamos, persistimos en el objetivo. Si morimos, nuestros compañeros ocuparán nuestro lugar. Hasta la victoria. 

»Luchamos por nuestro mundo. ¡Adelante!

lunes, 10 de diciembre de 2012

Sueño volador



Me despierto sobre una sábana blanca en medio de un campo helado. La escarcha cubre la hirsuta hierba invernal. Pero no tengo frío, acurrucado entre los pliegues de la manta -¿o era una sábana?-. El Sol se está elevando sobre las peñas nevadas, y yo noto que la luz me sonríe. He vuelto a ser feliz. He vuelto. 

Sin pensar si hay otras personas en el mundo, canto. Canto para el Sol y la hierba, pero sobre todo para mí. Me gusta cantar. Mi voz se eleva y yo gano poder y sabiduría. Veo que mi cuerpo se ilumina, y la sábana pacífica comienza a ser agitada por un viento espiritual, destilado de la mente humana, energía alquímica de la Tierra y el Cosmos.

El Sol se eleva más, y yo seguiré cantando. La sábana se sacude sus anclajes, y del batir de su fibra mágica comienza a salir música. Toda la música. 

El viento sagrado me envuelve en un remolino de alegría donde mi voz se mezcla con la de todas las canciones, y me doy cuenta de que estoy muy alto sobre el suelo.

El polvo de estrellas que me ilumina está dibujando sobre la sábana figuras de trazos: son palabras. Y me doy cuenta de que la sábana puede ser infinita si yo quiero. Y al leer las palabras he aprendido que puedo conducir mi sábana. 

Y conduzco flotando sobre los valles nevados, donde los antiguos edificaron ciudades de piedra. Bajo mi mirada los vetustos pilares vibran en tono menor. Sus acordes sublimes recogen toda la música que me envuelve para componer una sinfonía caótica. 

Es un mensaje único y total de energía tan reveladora que la sábana, que ahora es casi una nube iridiscente a mi alrededor, crepita y se descompone en una bandada inabarcable de páginas. Son páginas blancas con grafos negros, y negras con grafos rojos. 

Y me doy cuenta de que floto en el aire sin sábana, porque un par de alas grises me sostienen sobre la corriente de música. Y me siento libre. Muy libre. Libérrimo. Estoy eufórico y lo canto a todo pulmón, hasta hacerme dueño de la sinfonía, o ella de mí. 

Surco a gran velocidad el mar de páginas y espuma musical, bruma de imagen y sonido. Podría reconocer cada obra imaginada por un alma humana, focos organoeléctricos animados por la chispa divina. En mi estela de turbulencias, las nubes de engendros incorpóreos toman forma en la figura de un pájaro blanco, tan pesado que sólo la energía espiritual de sus elementos lo sostiene en vuelo sobre el mundo.

Y me doy cuenta, al posarme a lomos del pájaro, de que no podré seguir viviendo ni mantener mi sueño si no regreso al mundo. Pronto surge de entre las nubes oníricas una cumbre rocosa, sustancia misma de la realidad, y el pájaro vuela hacia ella como atraído por el magnetismo profundo de una existencia plena. 

Cuando el pájaro posa sus zarpas, agudas como el ingenio, sobre la vetusta roca, ordeno al viento que barra con melodía urgente el caos imaginario que nubla la vista. La luz prístina del Sol descubre afiladas laderas y extensos valles por los que la energía se derrama en arroyos cantarines. El pájaro agita sus alas generosas sobre el país, haciendo nevar un polvo finísimo, agudo y poderoso bajo el cielo despejado. 

Y me doy cuenta de que mi propósito era poder realizar esta siembra de estrellas y ver alzarse esos árboles jubilosos que ya brotan y crecen y se abrazan para formar un hermoso bosque vibrante de alegría, que se trasforma en pradera florida al subir hacia la cumbre. 

El pájaro, al recibir de vuelta la música convertida en suave brisa perfumada, eleva la cabeza al cielo y pronuncia por primera vez un canto alegre y sincero de simple y total felicidad.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Sabiduría

El maestro leía en voz alta un texto antiquísimo, tomado de una recopilación de textos míticos y alegóricos de las primeras edades.

Sólo hay una persona que lleve la cuenta de los años. Esa persona no está disponible al teléfono, ni sale en los medios. Vive entre los tres planos: la luz, el tiempo y la vida.
Pero puedes encontrarla, búscala lo más lejos del ruido, donde la luz se confunde con el brillo de la música y los colores son palabras sin idioma.
Irás oyendo su voz cada vez más cerca; su canción de verdad, aunque no la entiendas, síguela. Verás su cuerpo resplandecer desde lejos, mientras el suelo se va elevando hasta formar una columna hacia el cielo, pilar de la honestidad.
Si abandonas tu impedimenta podrás trepar por el pilar hasta sus pies, que dividen los mares. Su vestido celeste y oro flota en los vientos alegres que mueve su propio aliento vital.
Bajo el canto ensordecedor oirás su corazón palpitar dirigiendo los segundos, y tras la luz de su rostro verás la corona espinada de las estrellas.
Si alguien alcanza a asomarse a la negrura de sus ojos, ya no saldrá del pozo sin fondo de su infinita existencia, el hiperespacio donde todo ha pasado y todavía no es tarde para empezarlo todo.
Si hay alguien que lo sabe todo, es única y es Ella.
Si alguien pudiera estar con ella y volver para contarlo, quedaría demostrado que podemos saberlo todo. Pero como no podemos, los homo socraticus seguimos sin saber nada.


Conservaba en su biblioteca aquella antología de escritos de las primeras edades por pura afición personal, pero también le veía cierto valor instructivo. Agregó una nota al texto:

"El problema fundamental de la moralidad es que podemos hacer más de lo que sabemos."


domingo, 9 de septiembre de 2012

Por la paz y la canción

Recorrer mil caminos,
caminar de sol a sol,
cruzar a nado mil ríos
por la paz que trae la canción.

Y al final del día,
sentir un leve dolor.
Esperar la secreta alegría
de la paz que trae la canción.

Vino a hablarme un ángel.
Detrás, la verdad susurró.
Y al marchar dejó escrito en el aire:
"La verdad está en la canción".

Ver tu alma por dentro.
Conocer acaso el horror.
No acostumbrarse a ello,
no sin la paz, no sin la canción.

Recorrer mil caminos,
caminar de sol a sol,
cruzar a nado mil ríos
por la paz que trae la canción.

Fui a ver al gitano.
Sentí tan profunda su voz.
"Serás -me dijo- juzgado,
y tu juez será la canción."

Y a pesar de todo,
aunque me paralice
y me invada el dolor,
y mil veces resbale
en los mismos lodos
yo sé que al final me alzaré
y la ocasión será para
brindar con los buenos amigos
por mi juez, mi rey, la canción.
Nacho Vegas & Enrique Bunbury

sábado, 8 de septiembre de 2012

Ciudad

Ciudad de gente fría y suspicaz, como sus ventiscas que cortan cualquier amago caluroso bajo el sol picante de invierno.

Ciudad llamada Talmápolis: La ciudad donde no entran los desalmados. Es aún más triste pensar que sus habitantes tienen alma.

Desde el otoño el viento no se ha ido.
Cada día patrulla las avenidas limpiando los malos humos de sus habitantes, enfadados crónicos por el clima y la mala urbanización.
Qué fácil ser más alegre en los bulevares burgueses, ¿o no?
El brillo de la estación flota en partículas en la brisa y penetra a presión por mis sentidos apretados, ocluidos.
Dentro hace daño, la luz, la mirada y la no mirada, el ruido y la voz.
Cada estímulo es una gotera sobre mi glándula lastimosa: una cruz en árbol que crece conmigo bajo mi esternón.
Sus raíces abrazan y aprietan mi corazón, mis costillas. Mi estómago.
Sobre su tronco, que es mi antipiel, nacen letras llagadas, mensajes cifrados de la conciencia colectiva que todos oyen sin entender, y yo quiero entender y no oigo.
Las letras cambian mientras la glándula lastimosa sigue creciendo. Mantengo firmes las costillas, para que no me encoja.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Canción de la tierra

Desde la torre de Babilonia        he oído la canción sagrada,
por encima de todas las lenguas        que el viento trae hasta mi terraza.
Desde la atalaya eché a volar,        y no me seguía tu mirada.
Sobrevolé el mundanal bullicio        de voces agudas y contumaces.
Tu voz había dejado de oírse:        la llevo conmigo callada.
Cuando cruzé el regato negro        pensé que volaba solo,
pero llevaba conmigo el miedo,        la risa queda y tu voz guardada.
Desde lo picos nevados he visto        el bosque cubrir el valle cálido.
Era una ciudad de árboles,         poblada, extensa, densa y suave.
El mecer de las hojas bajo el viento    era el hojear de mil libros,
y en ellos prendió tu voz        y resonó sordamente por las laderas.
En aquel bosque me limpié del miedo    y ya ligero volé hacia los puertos.
Pero en el puerto perdí la risa queda    entre las peñas y los ásperos matos.
Pero el viento era limpio,        y dejé que me lavase la mente
de los recuerdos de Babilonia,        sus lenguas y su vida chillona.

Desde el cuerno de los quebrantahuesos    he visto un bosque frío de agujas perpetuas.
Era áspero, callado, y tan cerrado     que tu voz no pudo entrar donde quería.
Allí creí oír el eco de otra lengua,    y venía de los ojos del monte.
Me posé en la boca de la cueva        y miré a la montaña a los ojos.
La Tierra me escuchó, pero no me conocía. Entonces habló tu voz.
De la cueva salió un torrente        que me impulsó hacia las nubes.
Del destello de la roca fresca        había renacido la canción.
Torrencial canto de vida y esperanza,    hablaba de los bosques y los pinos.
Cantaba de mi miedo y de los puertos,    de mi espíritu y los valles.
Me habló del babel de las palabras,    y recordé el inicio de mi viaje.
Desde la torre había de escuchar    y desde la atalaya predicar
la canción sagrada contra los arroyos negros, por los bosques verdes y en los fríos puertos.
Plantaré los árboles en Babilonia,     para que las gentes sepan
que la montaña los conoce,         y que en su eterna canción ya suenan
las voces humanas, y en sus babélicas lenguas, cantan a la Tierra.

Asexuado

Las líneas de tu mano son el mapa de las estrellas.
La luz de las estrellas se refracta en el filo de tus uñas de nácar.
El batir de tus dedos impulsa los planetas en su camino sin origen.
Los cuásares se alimentan de la radiación profunda de tus ojos.
El mensaje estelar de tu voz llegó a mi ventana, pero no la oí porque estaba dormido.
En mis sueños filtraste la música de las esferas.

Palabra de Dios,
hijo de las estrellas,
reina de la vida,
cólera de las tormentas,
color de las flores,
canción de las doncellas,
valor de lo guerreros,
aroma de las cumbres,
cristal de sus ojos,
grito de tu mirada,
arena de mis huesos.
He oído voces humanas tan nítidas que parecían flautas. Y flautas tan hermosas que parecían voces.