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jueves, 7 de agosto de 2014

Saharabbey Road

Se lo llevó la tormenta y el tiempo, nada se pudo salvar.
Tan sólo quedó una chispa de luz: Suspira por volver a empezar.

Bebe la sal y respira las llamas. Nada nos puede tocar.
Pon en tu tumba que no es el final: tu rastro no se puede borrar.

Los días están contados, no hay más que temer.
Tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder.

Ceniza de fénix, perfil de coral, torcido, herido.
Pon cada latido y celebra que nuestra historia continuará.

Los días están contados, no hay más que temer.
Tan sólo seremos libres cuando no haya más que perder.
Si no hay nada más que perder.
Si no hay nada más que perder.

Se lo llevó la tormenta y el viento. Nada se puedo salvar.
Sólo quedó una chispa de luz... Y es hora de volver a empezar.

Vetusta Morla



viernes, 31 de mayo de 2013

Los amigos que perdí

Salí en busca del tiempo perdido
siguiendo el rastro de un amanecer.
Y me encontré con gente sin medida,
de los que nadie quiere conocer.

Un viejo me dio clases de estricnina,
un escritor me habló del mal de honor,
un juez me absolvió de mi rutina
y una flor me extirpó el dolor.

Si quieres verme, vas a tener que explorar
esos desiertos que no puedo abandonar.
Abrí una puerta que se cerró tras de mí
y no me duelen los amigos que perdí.

Me especialicé en noches suicidas
justo el día en que la conocí.
Y confundí molinos con gigantes
después de una semana sin dormir.

Si quieres verme, vas a tener que explorar
esos desiertos que no puedo abandonar.
Abrí una puerta que se cerró tras de mí
y no me duelen los amigos que perdí.

El miedo es un cuchillo afilado,
la venganza una flecha clavada.
No hay nada más inútil que el odio.
No hay nada más doloroso que el rencor.

Trato de salir de mi mente.
Me esfuerzo por desaprender.
Recorro el camino inverso.
Busco el origen, busco algo ahí fuera...

Si quieres verme, vas a tener que venir
a esos lugares que no puedo describir.
Abrí una puerta que se cerró tras de mí
y no me duelen los amigos que perdí.

Si quieres verme, vas a tener que asumir
que hay ciertas cosas que me alejarán de ti.
Abrí una puerta que se cerró cuando hui
y ya he olvidado a los amigos que perdí.

DORIAN

sábado, 16 de febrero de 2013

La muerte del pasado

Tenía diecinueve años, vivía con un colega en un piso oscuro y mi vida se reducía a ir a clase y estudiar. La carrera había tomado velocidad de crucero y era frustrantemente lenta, no tenía internet ni salía -no había llegado la época de las redes wifi-, incluso había dejado de leer libros. Mi aislamiento social llegaba a su máximo hasta entonces.  Me justificaba porque menos tiempo de estudio habría significado aún menos aprobados, pero luego he comprobado que no era cierto: simplemente no me gustaba socializar. 

Vale, aún tenía unos pocos amigos. Y fueron ellos (ellas) quienes notaron antes que yo los síntomas de lo que sería una “enfermedad rara” que me daría varios años de dolorosos paliativos, efectos imprevistos, quebrantos familiares y educativos, curación costosa y en general una mierda de calidad de vida. El hecho de ignorar los síntomas y tomármelo como algo que se curaría solo, visto desde hoy, es un argumento más para volver a fijar la mayoría de edad a los 21, tal era mi estupidez y capacidad de autoengaño antes de esa edad.

Mi mayor compañía era la radio. Y un día escuché La pequeña muerte, de Lori Meyers

No es de las mejores canciones de Lori Meyers (ni siquiera entonces, luego han mejorado en mi opinión), pero en aquel momento el estribillo era el adecuado a mi estado emocional:
  
Es mejor ver el presente
No pensar más en la muerte
Seguiré contigo al lado
  
Para no pensar más en la muerte hay que haber pensado en ella en algún momento. Esto me ayudó a darme cuenta de que estaba renunciando a preocuparme conscientemente. En mi estupidez, me limitaba a sufrir las molestias crecientes (“ver el presente”) encerrando el miedo en el inconsciente. Es decir, tenía miedo. Incluso aunque la enfermedad no tenía por qué ser mortal, yo temía que sí lo fuera (o en su defecto a arruinarme al vida), pero me negaba a aceptar mi miedo, a tomarlo en serio.
 
Y bueno, lo de seguir contigo al lado es el relleno amoroso de casi todas las canciones del mundo, no iba conmigo.
 
Había que hacer algo. Empecé a ir al médico por los síntomas más dolorosos, de origen confuso, obviando detalles importantes que resultaron ser los que identificarían el mal. Durante el penoso proceso de pruebas, palos de ciego y cierto trato de favor que acabó en el diagnóstico y las primeras intervenciones -sencillas para los médicos pero muy molestas para mí- me di cuenta de que mi enemigo era el dolor, no la muerte. Cada nueva visita a una fría mesa de torturas en paños verdes me causaba un terror que me hizo olvidar cualquier otro. 
 
Como leería después, los cambios que sufre un individuo con el tiempo son tales que puede considerarse psicológicamente otra persona con los recuerdos de haber sido la primera. La muerte del pasado, el final de todo lo que significaba tu vida, está descrito en los tristes versos de Celtas Cortos:
 
Ya no queda casi nadie de los de antes.
Y los que hay… han cambiado. Han cambiado, sí.
Mi tercera edad estaba muriendo, aunque no me di cuenta hasta después de que ocurriera y pude sentirme renacido.

jueves, 24 de enero de 2013

La canción más hermosa del mundo

Yo tenía un botón sin ojal, un gusano de seda,
medio par de zapatos de clown y un alma en almoneda,
una Hispano Olivetti con caries, un tren con retraso,
un carné del Atletic, una cara de culo de vaso,

un colegio de pago, un compás, una mesa camilla,
una nuez, o bocado de Adán, menos una costilla,
una bici diabética, un cúmulo, un cirro, un estrato,
un camello del rey Baltasar, una gata sin gato,

mi Annie Hall, mi Gioconda, mi Wendy, las damas primero,
mi Cantinflas, mi Bola de Nieve, mis Tres Mosqueteros,
mi Tintín, mi yo-yo, mi azulete, mi siete de copas,
el zaguán donde te desnudé sin quitarte la ropa.

Mi escondite, mi clave de sol, mi reloj de pulsera,
una lámpara de Alí Babá dentro de una chistera,
no sabía que la primavera duraba un segundo,
yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.


Les presento a mi abuelo bastardo, a mi esposa soltera,
al padrino que me apadrinó en la Legión Estranjera,
a mi hermano gemelo patrón de la venta ambulante,
a Simbad el marino que tuvo un sobrino cantante,

al putón de mi prima Carlota y su perro salchicha,
a mi chupa de cota de mallas contra la desdicha,
mariposas que cazan en sueños los niños con granos,
cuando sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos.

Me libré de los tontos por ciento, del cuento del bisnes,
dando clases en una academia de cantos de cisne,
con Simón de Cirene hice un tour por el monte Calvario,
¿qué harías tú si Adelita se fuera con un comisario?

Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera,
si me pierdo de vista esperadme en la lista de espera,
heredé una botella de ron de un clochard moribundo,
olvidé la lección a la vuelta de un coma profundo.

Nunca supe cantar de un tirón
la canción de las babas del mar, del relámpago en vena,
de las lágrimas para llorar cuando valga la pena,
de la página encinta en el vientre de un bloc trotamundos,
de la gota de tinta en el himno de los iracundos.

Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.

Joaquín Sabina

sábado, 15 de diciembre de 2012

La leyenda del tiempo

"El Sueño va sobre el Tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas
en el corazón del Sueño.

¡Ay, cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

El Tiempo va sobre el Sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Sobre la misma columna,
abrazados Sueño y Tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

¡Ay cómo canta el alba! ¡Cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Y si el Sueño finge muros
en la llanura del Tiempo,
el Tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.

¡Ay, cómo canta la noche! ¡Cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!"


Federico García Lorca

lunes, 10 de septiembre de 2012

Sabiduría

El maestro leía en voz alta un texto antiquísimo, tomado de una recopilación de textos míticos y alegóricos de las primeras edades.

Sólo hay una persona que lleve la cuenta de los años. Esa persona no está disponible al teléfono, ni sale en los medios. Vive entre los tres planos: la luz, el tiempo y la vida.
Pero puedes encontrarla, búscala lo más lejos del ruido, donde la luz se confunde con el brillo de la música y los colores son palabras sin idioma.
Irás oyendo su voz cada vez más cerca; su canción de verdad, aunque no la entiendas, síguela. Verás su cuerpo resplandecer desde lejos, mientras el suelo se va elevando hasta formar una columna hacia el cielo, pilar de la honestidad.
Si abandonas tu impedimenta podrás trepar por el pilar hasta sus pies, que dividen los mares. Su vestido celeste y oro flota en los vientos alegres que mueve su propio aliento vital.
Bajo el canto ensordecedor oirás su corazón palpitar dirigiendo los segundos, y tras la luz de su rostro verás la corona espinada de las estrellas.
Si alguien alcanza a asomarse a la negrura de sus ojos, ya no saldrá del pozo sin fondo de su infinita existencia, el hiperespacio donde todo ha pasado y todavía no es tarde para empezarlo todo.
Si hay alguien que lo sabe todo, es única y es Ella.
Si alguien pudiera estar con ella y volver para contarlo, quedaría demostrado que podemos saberlo todo. Pero como no podemos, los homo socraticus seguimos sin saber nada.


Conservaba en su biblioteca aquella antología de escritos de las primeras edades por pura afición personal, pero también le veía cierto valor instructivo. Agregó una nota al texto:

"El problema fundamental de la moralidad es que podemos hacer más de lo que sabemos."