viernes, 19 de abril de 2013

El hombre de hielo



El hombre de fuego se convirtió al envejecer en un hombre de hielo.

El gélido tirano no sólo había cambiado de nombre, también de conducta, incluso costaba reconocerlo físicamente. Pero conservaba ese gran poder que lo había hecho famoso como sembrador de mundos y destructor de ciudades.

El poder puede desaparecer sin extinguirse, dejar de manifestarse, o cambiar de uso. El poder trasformador que este hombre había desarrollado en su juventud hasta el punto de extender el miedo animal entre sus enemigos y la devoción mística entre sus seguidores se había ido invirtiendo en preservar lo creado, mantener su obra, conservar la luz de su antorcha. Hasta el punto de que su llamarada se congeló, y lo que había sido un torrente de lava quedó detenido en coladas de roca fría.

Nunca dudó seriamente de sí mismo. A pesar de que ocupaba el lugar de los señores de hielo a quienes conquistó, siempre tuvo el convencimiento de que su estallido había sido una liberación para su universo y que con ella había creado un paisaje mayor y mejor que el precedente. Y aunque no fuera así, aún tenía otra razón más íntima y definitiva para legitimarse, pues creía en el derecho de las estrellas como él en expandir su energía, crear sus mundos y reinar sobre ellos hasta la morir de frío… o devorado por otra estrella.

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