El cielo lagrimeaba hoy, pero yo nunca lloro. Las pequeñas tristezas como ésta no me sorprenden, porque las intuyo. No es un poder especial, todo el mundo sabe que las cosas se acaban, pero no todo el mundo tiene la misma sagacidad al evaluar el envejecimiento de las cosas. También podría pensarse que es una suerte el recibir pocas tristezas por sorpresa, pero la intuición de la tristeza, o de la muerte (toda tristeza es por la muerte de algo), hace extenderse la pena hacia atrás en el tiempo, por lo que cada instante de la vida anuncia la muerte, y eso lo hace más valioso, y hace la nostalgia eterna.
Y os dirán que esto no se ha muerto, que no se acaba aquí, que continuemos en otro lugar, a nuestra manera, de otra forma lo superaremos…
Pero claro que hay muerte, hay final, y su negación lo delata. Cada final es el comienzo de algo, pero no todas las muertes son el nacimiento de otra vida. Hoy no he visto gestación, concepción ni planificación, al menos no que me incluya. Lo que he visto es la muerte definitiva de lo que llevaba tiempo enfermo, y me he ido del velatorio sin esperanza de volver. Dejaré unas flores, no en el lugar donde la criatura murió, porque da malos recuerdos, sino donde fue feliz.
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