miércoles, 16 de mayo de 2012

Nora

Primera entrada de una serie de archivos recuperados o trasladados de otras páginas. La fecha de redacción original no es relevante (2008 hasta hoy), pero cuando lo sea la añadiré al texto.

El fulano no sabía dónde meterse.

Llevaba días con la paranoica sensación de estar siendo espiado. Aquello no era nuevo, dada su profesión. Tampoco era extraño en aquella ciudad donde florecía la industria genética gracias al fabuloso yacimiento de especies de la selva tropical, en cuyo suelo se asentaban aquellas torres futuristas destacando como un hongo entre la hierba. Docenas de laboratorios competían ferozmente por obtener patentes y descubrimientos de aplicación farmacéutica, militar o informática, y entre el personal de las fábricas, los abogados y hasta los camareros se descubría de vez en cuando al infiltrado de la competencia, de la policía o incluso de otros planetas.

Lo raro, hay que admitirlo, era que lo estuvieran siguiendo fuera de su trabajo, hasta su casa, en los ratos en los que iba solo, y sin ocultarse. Aquella noche un fantasma con gabardina le pisaba los talones, siniestro a la luz mortecina de las farolas. ¿Qué diablos querrían de él?
Al doblar una esquina la inquietud pasó a ser miedo: Otro individuo con la misma pinta sospechosa de espía de serie B estaba apoyado en la acera de enfrente, como un guardia custodiando la entrada a un coto vedado. Igual que el tipo que le venía siguiendo, se abrazaba a un abrigo largo, cuyo cuello subido le ensombrecía la cara, y un ostentoso sombrero borsalino completaba el disfraz. Parecía una broma de mal gusto que aquellos dos detectives del siglo XX se estuvieran acercando a él, cada uno desde su lado, seguramente mirándolo desde las sombras de sus rostros embozados. En un momento creyó ver un brillo opalino en donde deberían estar los ojos de uno de ellos, lo cual no resultaba en absoluto tranquilizador.
Un instante antes de que la presa pudiera agotar la última posibilidad de echar a correr, uno de ellos habló.

-Roy Almuzsen, ¿es usted? -la voz sonaba mascada y pastosa.

-De… depende de quién lo pregunte -titubeó el aludido.

-Disculpe que si le hemos asustado -intervino el otro siniestro. Porque era obvio que si nuestro hombre no fuera Roy Almuzsen, no habría contestado así.- Queríamos hablar con usted personalmente y en privado.

-¿Y no podían haberme citado para hablar en un sitio más acogedor? -Roy intentaba sonar seguro de sí mismo, pero no se había relajado en absoluto.

-No queríamos llamar la atención. Por eso nos ocultamos la piel.

Roy se fijó en que ambos extraños llevaban no sólo sombrero sino guantes. Debían de tener un aspecto muy peculiar para que les mereciera la pena ocultarse con esas ropas. Empezó a comprender.

-¿Ustedes son… extranjeros? ¿De otro planeta? No he oído que haya arribado ninguna nave últimamente. Y este no es que sea un puerto muy transitado.

-Claro que no -contestó uno, molesto.- Somos de aquí… nativos.

El último en hablar elevó el ala de su sombrero para que la luz de la farola iluminara por fin su rostro: Sus ojos eran efectivamente opalinos, la piel muy oscura, y recios y largos bigotes le crecían hacia atrás, como los de un gato, bajo una nariz baja y chata.

No hay comentarios: