Primera entrada de una serie de archivos recuperados o trasladados de otras páginas. La fecha de redacción original no es relevante (2008 hasta hoy), pero cuando lo sea la añadiré al texto.
El fulano no sabía dónde meterse.
Llevaba días con la paranoica
sensación de estar siendo espiado. Aquello no era nuevo, dada su
profesión. Tampoco era extraño en aquella ciudad donde florecía la
industria genética gracias al fabuloso yacimiento de especies de la
selva tropical, en cuyo suelo se asentaban aquellas torres futuristas
destacando como un hongo entre la hierba. Docenas de laboratorios
competían ferozmente por obtener patentes y descubrimientos de
aplicación farmacéutica, militar o informática, y entre el personal de
las fábricas, los abogados y hasta los camareros se descubría de vez en
cuando al infiltrado de la competencia, de la policía o incluso de otros
planetas.
Lo raro, hay que admitirlo, era que lo estuvieran
siguiendo fuera de su trabajo, hasta su casa, en los ratos en los que
iba solo, y sin ocultarse. Aquella noche un fantasma con gabardina le
pisaba los talones, siniestro a la luz mortecina de las farolas. ¿Qué
diablos querrían de él?
Al doblar una esquina la inquietud pasó a ser
miedo: Otro individuo con la misma pinta sospechosa de espía de serie B
estaba apoyado en la acera de enfrente, como un guardia custodiando la
entrada a un coto vedado. Igual que el tipo que le venía siguiendo, se
abrazaba a un abrigo largo, cuyo cuello subido le ensombrecía la cara, y
un ostentoso sombrero borsalino completaba el disfraz. Parecía una
broma de mal gusto que aquellos dos detectives del siglo XX se
estuvieran acercando a él, cada uno desde su lado, seguramente mirándolo
desde las sombras de sus rostros embozados. En un momento creyó ver un
brillo opalino en donde deberían estar los ojos de uno de ellos, lo cual
no resultaba en absoluto tranquilizador.
Un instante antes de que la presa pudiera agotar la última posibilidad de echar a correr, uno de ellos habló.
-Roy Almuzsen, ¿es usted? -la voz sonaba mascada y pastosa.
-De… depende de quién lo pregunte -titubeó el aludido.
-Disculpe
que si le hemos asustado -intervino el otro siniestro. Porque era obvio
que si nuestro hombre no fuera Roy Almuzsen, no habría contestado así.-
Queríamos hablar con usted personalmente y en privado.
-¿Y no
podían haberme citado para hablar en un sitio más acogedor? -Roy
intentaba sonar seguro de sí mismo, pero no se había relajado en
absoluto.
-No queríamos llamar la atención. Por eso nos ocultamos la piel.
Roy
se fijó en que ambos extraños llevaban no sólo sombrero sino guantes.
Debían de tener un aspecto muy peculiar para que les mereciera la pena
ocultarse con esas ropas. Empezó a comprender.
-¿Ustedes son…
extranjeros? ¿De otro planeta? No he oído que haya arribado ninguna nave
últimamente. Y este no es que sea un puerto muy transitado.
-Claro que no -contestó uno, molesto.- Somos de aquí… nativos.
El
último en hablar elevó el ala de su sombrero para que la luz de la
farola iluminara por fin su rostro: Sus ojos eran efectivamente
opalinos, la piel muy oscura, y recios y largos bigotes le crecían hacia
atrás, como los de un gato, bajo una nariz baja y chata.
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