-¿Qué quieren de mí?
Roy no sabía mucho de los
nativos de Nora. Conocía su existencia, por supuesto, pero no formaban parte de
la sociedad colonial en la que él vivía. De hecho no había visto nunca antes
uno de esos llamados gatos norios, de
cerca, y si sabía que aquellos humanoides podían hablar no era porque los
hubiese oído nunca, ni siquiera en grabaciones. Vivían todos fuera de la
ciudad, en los poblados selváticos habitados quizá desde siglos antes que la
Confederación aterrizara por allí y fundara un puerto en ruta regular. De hecho
la fecha de la terraformación de Nora era desconocida, como en muchos otros
lugares aislados. Los colonos se impusieron a las tribus preexistentes sin
mucho diálogo pero sin violencia; podría decirse que ambas comunidades vivían
de espaldas la una a la otra.
-Queremos su ayuda.
-Entiendo ¿ayuda profesional? Me
temo que no estoy autorizado a venderles ninguna sustancia.
-No queremos drogas. Olvídese de
los prejuicios que ustedes los colonos suelen tener sobre nosotros. Venimos a
hacerle una propuesta de colaboración totalmente legal que creemos que le puede
interesar. ¿Podemos hablar más en privado, lejos de ese poli robot?
Roy cada vez entendía menos.
Pero a él tampoco le entusiasmaba que el odioso chivato robótico le grabase
hablando con dos espías de tebeo. Además, ya no les tenía miedo. Los invitó a
su vivienda.
-¿Ha oído usted hablar del mal
de Wen?
-Claro, una compañía de aquí
patentó un tratamiento antifúngico contra esas repugnantes costras. Aunque mi
opinión es que la cura definitiva, si es que la hay, surgirá del propio planeta
Wen. Frecuentemente son los organismos más cercanos al patógeno los que
desarrollan la inmunidad. –Roy se relajaba hablando de los temas que dominaba
mientras les servía un refrigerio a sus invitados, que colaboraban con el buen
ambiente adulando la decoración de su casa.
-¿Cómo está tan seguro de que la
plaga surgió en Wen?
-Porque se registró allí por
primera vez, ¿cómo si no?
-Por esa época uno de los
nuestros viajó a ese planeta. Quizá lo recuerde porque, que se sepa, es el
único aborigen de Nora que haya viajado fuera en una nave de la Confederación.
El chico Abu recibió una beca de este gobierno para estudiar en una famosa
universidad de Wen. Aunque nosotros creemos que lo que más le interesaba era
disfrutar de la cerveza weneta ¿eh Sul?
-Bueno –siguió el tal Sul, más
serio- el hecho es que Abu volvió un tanto asustado. Había vivido el brote de
la epidemia en Wen y aunque él salió indemne, quedó preocupado por algo.
-Preocupado porque los primeros
infectados fueron los más cercanos a él, muchos a su alrededor enfermaron, y
algunos murieron. –El que no era Sul parecía estar impacientándose.- Usted es
científico ¿qué le sugiere esta historia?
-Que me quieren hacer creer que
ese muchacho norio portaba la cepa original del mal de Wen –espetó Roy-. Bonita
teoría, pero aunque obviara la ausencia de pruebas ¿qué tengo que ver yo en
eso, y qué ganan ustedes contándomelo?
-Si conociera mínimamente
nuestras tribus –dijo Sul- habría visto multitud de niños de cinco años con
costras de hongos y fiebres, que sanan en quince días como mucho. Para nosotros
es llamativo que una leve enfermedad infantil se parezca sospechosamente a una
epidemia alienígena coincidente con la salida de uno de los nuestros.
-Admito que es llamativo, pero
sólo es un indicio, el comienzo de toda investigación científica, no el final.
-Ahí es donde entra usted. –Roy
ya había vuelto a confundir a los dos alienígenas. ¿El que hablaba ahora era el
Sul o el No Sul? Eran tan iguales…- El caso debe ser investigado, si son tan
listos como dicen, sus laboratorios determinarán si nuestras sospechas son
ciertas, y hallarán el remedio. Usted lo ha dicho: la inmunidad suele
encontrarse cerca del origen del mal.
En la mente de Roy Almuzsen
luchaba el escepticismo contra la esperanza. Esperanza de reto, éxito, dinero y
gloria.
-Supongo que saben cómo funciona
este gremio: quien halla una molécula o un gen útil, patenta sus usos
artificiales y cobra unos derechos.
-Necesitarán nuestra
colaboración para sus investigaciones.
En realidad no era imposible
extraerles muestras furtivamente, pero era mucho más cómodo y eficaz que se
ofreciesen a cooperar.
-Sí, claro… bueno, es una
apuesta arriesgada… si alguno de mis colegas pudiera ver de cerca a esos niños enfermos…
-una sospecha instintiva cruzó su mente-. ¿Qué interés tienen ustedes en todo
este asunto? ¿No dicen que son inmunes?
-Bueno, no estamos segur…
Unos fuertes timbrazos en la
puerta interrumpieron a Sul. En realidad el timbre siempre sonaba igual, pero
por el brinco que dieron los tres intrigantes casi parecía que hubieran oído la
sirena de incendios.
Roy posó su bebida y se acercó a
la cámara del portero automático. Por lo que vio supo que,
definitivamente, aquella noche no tocaba
dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario