lunes, 4 de junio de 2012

Nora II


-¿Qué quieren de mí?

Roy no sabía mucho de los nativos de Nora. Conocía su existencia, por supuesto, pero no formaban parte de la sociedad colonial en la que él vivía. De hecho no había visto nunca antes uno de esos llamados gatos norios, de cerca, y si sabía que aquellos humanoides podían hablar no era porque los hubiese oído nunca, ni siquiera en grabaciones. Vivían todos fuera de la ciudad, en los poblados selváticos habitados quizá desde siglos antes que la Confederación aterrizara por allí y fundara un puerto en ruta regular. De hecho la fecha de la terraformación de Nora era desconocida, como en muchos otros lugares aislados. Los colonos se impusieron a las tribus preexistentes sin mucho diálogo pero sin violencia; podría decirse que ambas comunidades vivían de espaldas la una a la otra.

-Queremos su ayuda.

-Entiendo ¿ayuda profesional? Me temo que no estoy autorizado a venderles ninguna sustancia.

-No queremos drogas. Olvídese de los prejuicios que ustedes los colonos suelen tener sobre nosotros. Venimos a hacerle una propuesta de colaboración totalmente legal que creemos que le puede interesar. ¿Podemos hablar más en privado, lejos de ese poli robot?

Roy cada vez entendía menos. Pero a él tampoco le entusiasmaba que el odioso chivato robótico le grabase hablando con dos espías de tebeo. Además, ya no les tenía miedo. Los invitó a su vivienda.

-¿Ha oído usted hablar del mal de Wen?

-Claro, una compañía de aquí patentó un tratamiento antifúngico contra esas repugnantes costras. Aunque mi opinión es que la cura definitiva, si es que la hay, surgirá del propio planeta Wen. Frecuentemente son los organismos más cercanos al patógeno los que desarrollan la inmunidad. –Roy se relajaba hablando de los temas que dominaba mientras les servía un refrigerio a sus invitados, que colaboraban con el buen ambiente adulando la decoración de su casa.

-¿Cómo está tan seguro de que la plaga surgió en Wen?

-Porque se registró allí por primera vez, ¿cómo si no?

-Por esa época uno de los nuestros viajó a ese planeta. Quizá lo recuerde porque, que se sepa, es el único aborigen de Nora que haya viajado fuera en una nave de la Confederación. El chico Abu recibió una beca de este gobierno para estudiar en una famosa universidad de Wen. Aunque nosotros creemos que lo que más le interesaba era disfrutar de la cerveza weneta ¿eh Sul?

-Bueno –siguió el tal Sul, más serio- el hecho es que Abu volvió un tanto asustado. Había vivido el brote de la epidemia en Wen y aunque él salió indemne, quedó preocupado por algo.

-Preocupado porque los primeros infectados fueron los más cercanos a él, muchos a su alrededor enfermaron, y algunos murieron. –El que no era Sul parecía estar impacientándose.- Usted es científico ¿qué le sugiere esta historia?

-Que me quieren hacer creer que ese muchacho norio portaba la cepa original del mal de Wen –espetó Roy-. Bonita teoría, pero aunque obviara la ausencia de pruebas ¿qué tengo que ver yo en eso, y qué ganan ustedes contándomelo?

-Si conociera mínimamente nuestras tribus –dijo Sul- habría visto multitud de niños de cinco años con costras de hongos y fiebres, que sanan en quince días como mucho. Para nosotros es llamativo que una leve enfermedad infantil se parezca sospechosamente a una epidemia alienígena coincidente con la salida de uno de los nuestros.

-Admito que es llamativo, pero sólo es un indicio, el comienzo de toda investigación científica, no el final.

-Ahí es donde entra usted. –Roy ya había vuelto a confundir a los dos alienígenas. ¿El que hablaba ahora era el Sul o el No Sul? Eran tan iguales…- El caso debe ser investigado, si son tan listos como dicen, sus laboratorios determinarán si nuestras sospechas son ciertas, y hallarán el remedio. Usted lo ha dicho: la inmunidad suele encontrarse cerca del origen del mal.

En la mente de Roy Almuzsen luchaba el escepticismo contra la esperanza. Esperanza de reto, éxito, dinero y gloria.

-Supongo que saben cómo funciona este gremio: quien halla una molécula o un gen útil, patenta sus usos artificiales y cobra unos derechos.

-Necesitarán nuestra colaboración para sus investigaciones.

En realidad no era imposible extraerles muestras furtivamente, pero era mucho más cómodo y eficaz que se ofreciesen a cooperar.

-Sí, claro… bueno, es una apuesta arriesgada… si alguno de mis colegas pudiera ver de cerca a esos niños enfermos… -una sospecha instintiva cruzó su mente-. ¿Qué interés tienen ustedes en todo este asunto? ¿No dicen que son inmunes?

-Bueno, no estamos segur…

Unos fuertes timbrazos en la puerta interrumpieron a Sul. En realidad el timbre siempre sonaba igual, pero por el brinco que dieron los tres intrigantes casi parecía que hubieran oído la sirena de incendios.
Roy posó su bebida y se acercó a la cámara del portero automático. Por lo que vio supo que, definitivamente,  aquella noche no tocaba dormir.

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