lunes, 4 de junio de 2012

Nora III


-Vaya, la policía. Espero no haberme equivocado al confiar en ustedes. He dejado subir a los agentes; como comprenderán yo no tengo nada que ocultar…-Roy hablaba al aire mientras volvía a la pieza donde había dejado a sus sombríos invitados. Pero estos ya no estaban.

La pareja de policías -hombre y mujer- cruzó la puerta abierta sin llamar y encontró a Roy mirando por la ventana abierta, desconcertado.

-Buenas noches -saludó la mitad masculina de la patrulla-. Nos han informado de que unos sujetos sospechosos se encuentran aquí. ¿Tiene usted visitas?

-Acaban de irse -sin perder la cara de perplejidad ni apartar la vista de la calle.

-¿Puede describírnoslos? -terció la mitad femenina.

Roy deliberó un momento si debía confiar más en la poli que en sus pintorescos clientes, con su sospechosa actitud huidiza. Pero por otro lado, durante la conversación le habían parecido bastante sencillos, no parecían tener madera de conspiradores.
Finalmente decidió confiar en sí mismo y en su buen nombre.

-Eran indígenas. Hablábamos de negocios.

-¿Indígenas? -Aquello les había pillado por sorpresa-. Usted, señor… -el agente miró su portafolio- doctor Almuzsen, supongo que sabe que tiene prohibido trasmitir información sensible a grupos de interés ajenos a Nora.

-Y usted, señor… -Roy tuvo que agacharse para leer la placa identificativa, dejando clara la diferencia de estatura- señor Chengen, supongo me cree tan estúpido como para invitar a unos agentes “extranjeros” a mi casa a la vista de ustedes. Nuestros tratos son legales.

-Espero que su confianza esté bien fundada, doctor. Más que la nuestra en esos gatos negros. -Mientras Chengen hablaba, su compañera no dejaba de otear a su alrededor, como si quisiera ver a través de las paredes del vestíbulo. O más bien, pensó Roy, como si estuviera esperando oír ruidos sospechosos.

Y no le faltaba razón. En cuanto Roy les cerró la puerta a los policías “sucios matones con uniforme”  y se volvió a cerrar la ventana, halló a sus invitados saliendo de sus escondrijos, silenciosos como arañas. Cerró la ventana.

-Creo que después de esto me tienen que explicar alguna cosa más.

***
Sul y Nago, dos jóvenes varones indígenas de Nora, salieron del apartamento del doctor Roy Almuzsen pasada la medianoche. Los tres parecían satisfechos mientras se despedían en el portal. El agente Chengen, desde la oscuridad de su vehículo, maldijo aquella codiciosa rata de laboratorio capaz de ofrecer a los sucios salvajes un remedio gratis contra la caspa a cambio de patentar algún remedio selvático  contra la impotencia en el resto de la Confederación. Encendió las luces y se lanzó a la caza del gato.

-¡Esa culebra nos estaban esperando!

Se lanzaron calle abajo a una velocidad pasmosa, surcando el aire de la madrugada con sus largos abrigos. Chengen se lo pasaba en grande haciéndoles correr hacia la trampa que le solía funcionar con los rateros. Puede que estuvieran en forma, pero no conocían el plano de la ciudad como él. Los fugitivos se metieron de cabeza en un callejón sin salida. El vehículo les cortó la retirada. Sul y Nago no eran expertos escapistas, pero sabían un truco viejo. Esperaron junto a la tapia del fondo del callejón a que el poli se acercara a pie fanfarroneando, y entonces brincaron como dos gatos subiéndose a la tapia de más de dos metros de un solo movimiento. El agente Chengen soltó una risa malévola mientras oía cómo los pulgosos aliens se encontraban de morros con el resto de la brigada de guardia al otro lado de la tapia y eran reducidos con entusiasmo.

Mientras el doctor Roy Almuzsen cruzaba las calles de vuelta al laboratorio cinco horas antes de lo habitual, la agente Saldeston cruzaba las oficinas policiales camino de su vestuario, donde se desembarazó del uniforme de patrulla y recuperó su traje de oficina. Sin pasar por su despacho, se dirigió al ascensor, se identificó ante la máquina para poder acceder al piso más alto, y una vez allí se detuvo ante una gran puerta doble. Llamó, y esperó a que el inquilino dejase el porno interracial que estaría mirando, o quizá se despertase de su  comprensible siesta nocturna, y accionase la puerta.

-¡Señora Saldeston! -Se levantó a saludarla con más temor que cortesía.- No detecté su llegada.

-Eso intento, jefe Traf. Gracias por acudir a mi llamada a estas horas.

-No es nada. Aún no había salido del despacho, sólo he tenido que esperar.

-Al grano: Quiero monitorizar los movimientos de dos indígenas que se encuentran irregularmente en la colonia.

El rostro del jefe policial mudó de la cortesía al disgusto.

-No se me ha notificado el avistamiento o detención de ningún indígena desde hace años. Su departamento nos dio órdenes claras, y al margen de mis opiniones personales, lo hemos cumplido.

-Y lo cumplirán. De un momento a otro sus muchachos registrarán el ingreso en los calabozos de dos hombres con toda la pinta de gatos norios. Desempolve el viejo protocolo, y avíseme en cuanto los tenga.

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