-Vaya, la
policía. Espero no haberme equivocado al confiar en ustedes. He dejado subir a
los agentes; como comprenderán yo no tengo nada que ocultar…-Roy hablaba al
aire mientras volvía a la pieza donde había dejado a sus sombríos invitados.
Pero estos ya no estaban.
La pareja de
policías -hombre y mujer- cruzó la puerta abierta sin llamar y encontró a Roy
mirando por la ventana abierta, desconcertado.
-Buenas noches
-saludó la mitad masculina de la patrulla-. Nos han informado de que unos
sujetos sospechosos se encuentran aquí. ¿Tiene usted visitas?
-Acaban de irse
-sin perder la cara de perplejidad ni apartar la vista de la calle.
-¿Puede
describírnoslos? -terció la mitad femenina.
Roy deliberó un
momento si debía confiar más en la poli que en sus pintorescos clientes, con su
sospechosa actitud huidiza. Pero por otro lado, durante la conversación le
habían parecido bastante sencillos, no parecían tener madera de conspiradores.
Finalmente
decidió confiar en sí mismo y en su buen nombre.
-Eran indígenas.
Hablábamos de negocios.
-¿Indígenas?
-Aquello les había pillado por sorpresa-. Usted, señor… -el agente miró su
portafolio- doctor Almuzsen, supongo que sabe que tiene prohibido trasmitir
información sensible a grupos de interés ajenos a Nora.
-Y usted, señor…
-Roy tuvo que agacharse para leer la placa identificativa, dejando clara la
diferencia de estatura- señor Chengen, supongo me cree tan estúpido como para
invitar a unos agentes “extranjeros” a mi casa a la vista de ustedes. Nuestros
tratos son legales.
-Espero que su
confianza esté bien fundada, doctor. Más que la nuestra en esos gatos negros.
-Mientras Chengen hablaba, su compañera no dejaba de otear a su alrededor, como
si quisiera ver a través de las paredes del vestíbulo. O más bien, pensó Roy,
como si estuviera esperando oír ruidos sospechosos.
Y no le faltaba
razón. En cuanto Roy les cerró la puerta a los policías “sucios matones con
uniforme” y se volvió a cerrar la
ventana, halló a sus invitados saliendo de sus escondrijos, silenciosos como
arañas. Cerró la ventana.
-Creo que después
de esto me tienen que explicar alguna cosa más.
***
Sul y Nago, dos
jóvenes varones indígenas de Nora, salieron del apartamento del doctor Roy
Almuzsen pasada la medianoche. Los tres parecían satisfechos mientras se
despedían en el portal. El agente Chengen, desde la oscuridad de su vehículo,
maldijo aquella codiciosa rata de laboratorio capaz de ofrecer a los sucios
salvajes un remedio gratis contra la caspa a cambio de patentar algún remedio
selvático contra la impotencia en el
resto de la Confederación. Encendió las luces y se lanzó a la caza del gato.
-¡Esa culebra nos
estaban esperando!
Se lanzaron calle
abajo a una velocidad pasmosa, surcando el aire de la madrugada con sus largos
abrigos. Chengen se lo pasaba en grande haciéndoles correr hacia la trampa que
le solía funcionar con los rateros. Puede que estuvieran en forma, pero no
conocían el plano de la ciudad como él. Los fugitivos se metieron de cabeza en
un callejón sin salida. El vehículo les cortó la retirada. Sul y Nago no eran
expertos escapistas, pero sabían un truco viejo. Esperaron junto a la tapia del
fondo del callejón a que el poli se acercara a pie fanfarroneando, y entonces
brincaron como dos gatos subiéndose a la tapia de más de dos metros de un solo
movimiento. El agente Chengen soltó una risa malévola mientras oía cómo los
pulgosos aliens se encontraban de morros con el resto de la brigada de guardia
al otro lado de la tapia y eran reducidos con entusiasmo.
Mientras el
doctor Roy Almuzsen cruzaba las calles de vuelta al laboratorio cinco horas
antes de lo habitual, la agente Saldeston cruzaba las oficinas policiales camino
de su vestuario, donde se desembarazó del uniforme de patrulla y recuperó su
traje de oficina. Sin pasar por su despacho, se dirigió al ascensor, se
identificó ante la máquina para poder acceder al piso más alto, y una vez allí
se detuvo ante una gran puerta doble. Llamó, y esperó a que el inquilino dejase
el porno interracial que estaría mirando, o quizá se despertase de su comprensible siesta nocturna, y accionase la
puerta.
-¡Señora
Saldeston! -Se levantó a saludarla con más temor que cortesía.- No detecté su
llegada.
-Eso intento,
jefe Traf. Gracias por acudir a mi llamada a estas horas.
-No es nada. Aún
no había salido del despacho, sólo he tenido que esperar.
-Al grano: Quiero
monitorizar los movimientos de dos indígenas que se encuentran irregularmente
en la colonia.
El rostro del
jefe policial mudó de la cortesía al disgusto.
-No se me ha
notificado el avistamiento o detención de ningún indígena desde hace años. Su
departamento nos dio órdenes claras, y al margen de mis opiniones personales,
lo hemos cumplido.
-Y lo cumplirán.
De un momento a otro sus muchachos registrarán el ingreso en los calabozos de
dos hombres con toda la pinta de gatos norios.
Desempolve el viejo protocolo, y avíseme en cuanto los tenga.
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